Hay que reconocer que Pitágoras era un tipo complicado que pasó a la historia con una frase más complicada todavía: “En un triángulo rectángulo, la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa”. Pitágoras podría haber dicho cualquier otra cosa, una de esas frases lapidarias de las que hay muchas, de las que se recuerdan con facilidad y con las que han pasado a la historia otros grandes hombres, pero, pero no, prefirió amargarnos el bachillerato a los que íbamos para Letras, a quienes más allá del rectángulo (que ya es ir lejos) las palabras de su gran frase se nos enredaban horriblemente. Sin embargo, si hubiéramos estudiado a Pitágoras en filosofía, sus ideas nos hubieran parecido simples porque los antiguos le atribuían una doctrina para cuya comprensión no hace falta saber geometría ni griego, sino que basta con haber tenido abuelas en casa, a saber: que todos los humanos siguen al principio un mismo camino en la vida, pero que al llegar a una edad los hay que toman la senda de la derecha, llena de asperezas y sacrificios, que conduce a la virtud, mientras que otros toman la de la izquierda, que a través de la molicie, los conduce al abismo de los vicios.
Esta teoría vital se puede simbolizar por una simple Y; por eso, además de i griega y ye, se la llama la letra de Pitágoras o, con más lírica, árbol de Samos, por ser esta isla la patria chica del sabio. En el frío mundo moderno también nos hemos aprovechado de la forma de esa letra para usos mucho menos evocadores: en un mapa de carreteras norteamericano leemos Y-junction, o sea, “Cruce en Y”; en ese punto no hay árboles de Samos, ni buenos y viciosos despidiéndose, hay tres carreteras grises que se juntan. Los electricistas le ponen a los brazos superiores de la Y otro en medio y ya quieren significar “antena”, en Japón la cruzan con dos barras para representar al yen, los biólogos conocen un tipo de bichito seudodisentérico que se llama “bacilo de Y”… y así suma y sigue. Nada en fin tan poético como los árboles pitagóricos.
Todo ocurre porque cambien las modas, pero lo que no ha cambiado en siglos es la forma de la Y, cuya antepasada reconocible está en la escritura hierática egipcia, en los alfabetos milenarios del Medio Oriente (donde representaba una maza), en la vau fenicia, y es la misma antepasada de la f, la u y la v. Prolífica letra esta cuya historia ya está contada y no vamos a repetir. Aunque no sea un invento suyo, los griegos le dieron forma definitiva, la llamaron ípsilon y la distribuyeron por otros alfabetos.