martes, 19 de enero de 2021

El miedo a perder

 


Berta Vías Mahou

El País, 24-02-2015

https://elpais.com/elpais/2015/02/23/eps/1424708364_843129.html

 

Durante algo más de 40 años de lectura, una frase se ha grabado como ninguna otra en mi mollera. Por no decir que es la única en pie en una mente sin monumentos, aunque también sin escombros. Ocurrió hace 23 años. La frase es de William James, hermano del famoso novelista, y forma parte de una serie de conferencias que el filósofo estadounidense pronunció entre 1901 y 1902 en la Universidad de Edimburgo, y que se recogen en su libro Las variedades de la experiencia religiosa. En realidad, un estudio de la naturaleza humana. En ella, James afirma que el temor a la pobreza que prevalece entre las clases cultas es la enfermedad moral más grave que padece nuestra civilización.

Sin duda se refería a aquellos que, disfrutando de mucho, incluso en exceso, no conciben perder lo más mínimo; y no a quienes tienen serios problemas para llegar a fin de mes, haciendo cuentas como quien baila sobre un alambre, ni a quienes son víctimas de un desalojo o apenas pueden comer. Hace aún más tiempo, más o menos esos 40 años de lectura, cada vez menos ávida, cada vez más sosegada, tuve un sueño que tampoco he podido olvidar. Soñé que era pobre. Lo que se llama de solemnidad. Vivía en el subsuelo, en la red de alcantarillado, con mucha ropa encima, algo que por aquel entonces en casa en absoluto era singular, pues andábamos con el abrigo siempre puesto durante unos cuantos meses al año. En el sueño me alimentaba de pipas de girasol que mis compinches y yo freíamos en bidones llenos de aceite. Naturalmente, usado. Me desperté justo en el momento en que pescaba varias semillas tostadas con la ayuda de una espumadera roñosa de mango muy largo. Y la sensación de fuerza que me dio pensar que, incluso así, podría vivir me acompaña desde entonces como un escudo.

 

martes, 12 de enero de 2021

Costas



Costas 

Elvira Lindo 

El País, 17-04-2013 

 

Cunde por ahí ese pensamiento consolador de que las crisis nos reinventan, toda esa palabrería con que los libros de autoayuda tratan de convencer a sus incautos lectores de que tras el sufrimiento surge un nuevo ser humano dignificado por la experiencia. Pero si cada individuo es prisionero de las tendencias de su carácter qué podemos esperar de los vicios adquiridos por una colectividad. Hay asuntos que a consecuencia de la crisis despertarán en España aún menos interés del que ya provocaban, como la solidaridad internacional o la pérdida progresiva por abandono o derribo del patrimonio histórico; hay aspectos que, ante la urgencia de solventar lo primario, se consideran secundarios, como la cultura, por ejemplo. Y todo esto, aparcado por lo aquello que se considera urgente, nos convertirá, queramos o no, en el mismo país que fuimos. Por muchos golpes de pecho que nos demos en el futuro. 

Ahora vivimos en el futuro de lo que fue la barbarie urbanística que provocó una ilusión de riqueza. Al hilo de esta sensación de fin de época, a diario la prensa hace inventario de lo que se construyó y se destruyó inútilmente. Todas esas reflexiones nos hacen creer a veces que algo estamos aprendiendo, pero sucede que, mientras analizamos con estupor los que nos hicieron o lo que nos dejamos hacer, la estrategia de los que nos gobiernan sigue siendo la misma. En estos días está a punto de aprobarse una serie de modificaciones en la Ley de Costas que van a facilitar la destrucción del litoral que de milagro se había librado del cemento. Y no es lo que nos provoca más interés, como no lo fue entonces, cuando se destruía a diario la riqueza de nuestro patrimonio natural. El medio ambiente sigue siendo secundario, aunque vulnerarlo provoque el pan para hoy hambre para mañana que se ha convertido en nuestro verdadero modelo económico.