Manuel Vicente
EL PAÍS, 30-03-2014
http://elpais.com/elpais/2014/03/29/opinion/1396111486_977293.html
Permanecen en el aire todavía los versos de Safo y de Píndaro
que se perdieron; las melodías que inventaron los pastores de
Virgilio soplando una caña o el filo de una hoja seca, música de la
naturaleza que se llevó el viento; los cánticos, las danzas
rituales, las plegarias a unos dioses que también ignoramos; la
filosofía y las tragedias escritas en pergaminos que se pudrieron o
se hundieron en el polvo o ardieron en la biblioteca de Alejandría.
Permanecen en el aire todavía los cuentos narrados de viva voz sobre
las alfombras en las esquinas de Bagdad; los consejos de los sabios
budistas, místicos y sufíes, que no encontraron respuesta en el
corazón de los discípulos y siguieron viaje en el tiempo. Solo una
mínima parte de toda la belleza y sabiduría que se ha creado desde
el fondo de los siglos en este planeta ha llegado hasta nosotros,
pero el resto de ese inmenso caudal no ha desaparecido. Si fueron
rimas, canciones o fábulas están todavía suspendidas en la
atmósfera; si las enseñanzas grabadas en tablillas de barro, en
papiros, vitelas o pasta de celulosa se convirtieron en ceniza o
estiércol habrán fecundado la tierra y ahora dan fruto en árboles
llenos de pájaros; si un día naufragaron las naves griegas o
latinas, los bajeles sarracenos o los barcos cristianos que
transportaban dioses de bronce, ánforas con aceite y vino, monedas
de oro o mapas de islas del tesoro, ese sagrado cargamento forma
parte del mar que ahora navegamos. También han sido infinitos los
crímenes que han quedado sin castigo, los ríos de sangre que se han
evaporado, los gritos de dolor que llegaban hasta el horizonte. Los
nombres de los asesinos impunes componen un cielo muy estrellado.
Existen hazañas y matanzas que nunca fueron contadas, enigmas de la
historia que han quedado sin resolver, vicios y perversiones que
tampoco han sido confesados. El aire de un arte y un horror
desconocidos respiramos, pero ese soplo es el sueño que excita solo
la imaginación de los poetas, de los músicos, de los pintores, de
todos los artistas y al final se hace carne. Realmente la inspiración
no es más que el don gratuito que tienen algunos seres para respirar
esa carga perdida de belleza y maldad y rescatarla del poder del
viento.
lunes, 12 de mayo de 2014
domingo, 4 de mayo de 2014
Los mejores y los peores
Los
mejores y los peores
Javier Marías, EL PAÍS 20-04-2014
http://elpais.com/elpais/2014/04/16/eps/1397645294_720846.html
Leí hace poco dos viejos versos de Yeats que me parecieron verdaderos, en la medida relativa en que cualquier afirmación lo puede ser: “Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad”. Si me parecieron tan “verdaderos” es porque, hasta cierto punto, y con excepciones, definen la historia de la humanidad, y desde luego la de nuestro país. De lo que no cabe duda, en todo caso, es de que los indiscutibles “peores” del pasado siglo triunfaron más que nada por su vehemencia, por su exageración y dogmatismo, por su griterío ensordecedor, por su extremismo simplificador y chillón. Los nazis, los stalinistas, los fascistas italianos, los maoístas chinos o exportados al Perú, todos estuvieron poseídos de indudable ardor. No hablemos de las fuerzas que acabaron imponiéndose en España durante la Guerra Civil y relegando a los “mejores” a la condición de meros espectadores horrorizados, o de exiliados prematuros, o de leales al bando de la República –por ser el único legal– parcialmente a su pesar, es decir, por decencia pero sin convicción. Ésta, en cambio, les sobró a los franquistas, que encima contaron con la bendición de la Iglesia Católica, o aún es más, con su exaltación justificadora de las matanzas. Y si interviene el elemento religioso, entonces el fanatismo, el entusiasmo aniquilador, se agudizan y pierden todo posible freno. Mucho me temo que esa ha sido una de las principales funciones de las religiones: encender mechas, ofrecer coartadas, prometer dichas ultraterrenas a los asesinos por vocación.
Nada tiene por qué cambiar, y en este siglo XXI los peores siguen rebosando intensidad y amparándose en la religión. Puede ser la religión distorsionada, como en el caso de talibanes y yihadistas, que, lejos de menguar, se extienden como la pólvora; o bien sucedáneos de aquélla, en forma de nacionalismos las más de las veces. Proliferan en Europa, y van ganando adeptos, los movimientos y partidos xenófobos y racistas, los que demonizan a los inmigrantes –legales o no, tanto les da–, los que claman “Grecia para los griegos”, “Francia para los franceses”, “España para los españoles” o “Cataluña para los catalanes de verdad”. En este último lugar hay una señora mandona y ensoberbecida, que preside la llamada Asamblea Nacional Catalana, que sin duda está poseída por la vehemencia más apasionada. En virtud de ella, y no de otra cosa, se permite dictar “hojas de ruta” a los representantes políticos surgidos de elecciones democráticas, mientras que a ella nadie la ha votado jamás. Los peores se hacen fuertes cuando los mejores carecen de convencimiento. Cuando éstos se amedrentan y desisten. Cuando temen verse “sobrepasados” o repudiados. Cuando deciden que razonar, argumentar y pactar ya no sirve de nada. Ese “ya” es lo más peligroso que existe. Señala el momento en que los inteligentes arrojan la toalla, en que se resignan a no ser escuchados, en que se persuaden de que sólo el vocerío vale para hacerse oír, y de que, por tanto, una de dos: o hacen literalmente mutis por el foro o se suben a la grupa del simplismo y el estruendo, del blanco o negro, del conmigo o contra mí, de los patriotas y los antipatriotas, o, como sufrimos aquí a lo largo de cuarenta años, de los españoles y los antiespañoles.
(...)
Javier Marías, EL PAÍS 20-04-2014
http://elpais.com/elpais/2014/04/16/eps/1397645294_720846.html
Leí hace poco dos viejos versos de Yeats que me parecieron verdaderos, en la medida relativa en que cualquier afirmación lo puede ser: “Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad”. Si me parecieron tan “verdaderos” es porque, hasta cierto punto, y con excepciones, definen la historia de la humanidad, y desde luego la de nuestro país. De lo que no cabe duda, en todo caso, es de que los indiscutibles “peores” del pasado siglo triunfaron más que nada por su vehemencia, por su exageración y dogmatismo, por su griterío ensordecedor, por su extremismo simplificador y chillón. Los nazis, los stalinistas, los fascistas italianos, los maoístas chinos o exportados al Perú, todos estuvieron poseídos de indudable ardor. No hablemos de las fuerzas que acabaron imponiéndose en España durante la Guerra Civil y relegando a los “mejores” a la condición de meros espectadores horrorizados, o de exiliados prematuros, o de leales al bando de la República –por ser el único legal– parcialmente a su pesar, es decir, por decencia pero sin convicción. Ésta, en cambio, les sobró a los franquistas, que encima contaron con la bendición de la Iglesia Católica, o aún es más, con su exaltación justificadora de las matanzas. Y si interviene el elemento religioso, entonces el fanatismo, el entusiasmo aniquilador, se agudizan y pierden todo posible freno. Mucho me temo que esa ha sido una de las principales funciones de las religiones: encender mechas, ofrecer coartadas, prometer dichas ultraterrenas a los asesinos por vocación.
Nada tiene por qué cambiar, y en este siglo XXI los peores siguen rebosando intensidad y amparándose en la religión. Puede ser la religión distorsionada, como en el caso de talibanes y yihadistas, que, lejos de menguar, se extienden como la pólvora; o bien sucedáneos de aquélla, en forma de nacionalismos las más de las veces. Proliferan en Europa, y van ganando adeptos, los movimientos y partidos xenófobos y racistas, los que demonizan a los inmigrantes –legales o no, tanto les da–, los que claman “Grecia para los griegos”, “Francia para los franceses”, “España para los españoles” o “Cataluña para los catalanes de verdad”. En este último lugar hay una señora mandona y ensoberbecida, que preside la llamada Asamblea Nacional Catalana, que sin duda está poseída por la vehemencia más apasionada. En virtud de ella, y no de otra cosa, se permite dictar “hojas de ruta” a los representantes políticos surgidos de elecciones democráticas, mientras que a ella nadie la ha votado jamás. Los peores se hacen fuertes cuando los mejores carecen de convencimiento. Cuando éstos se amedrentan y desisten. Cuando temen verse “sobrepasados” o repudiados. Cuando deciden que razonar, argumentar y pactar ya no sirve de nada. Ese “ya” es lo más peligroso que existe. Señala el momento en que los inteligentes arrojan la toalla, en que se resignan a no ser escuchados, en que se persuaden de que sólo el vocerío vale para hacerse oír, y de que, por tanto, una de dos: o hacen literalmente mutis por el foro o se suben a la grupa del simplismo y el estruendo, del blanco o negro, del conmigo o contra mí, de los patriotas y los antipatriotas, o, como sufrimos aquí a lo largo de cuarenta años, de los españoles y los antiespañoles.
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