lunes, 15 de febrero de 2021

Hotel, dulce hotel

 


Eduardo Verdú

El País, 1-02-2011

https://elpais.com/diario/2011/02/01/madrid/1296563066_850215.html

 

Está bien viajar, pero el verdadero placer del turismo es regresar a casa. De la misma forma que uno de los mejores momentos de la visita a una ciudad extranjera es llegar al hotel. Los hoteles actúan como una versión renovada, exótica, solícita del hogar. La provisionalidad de la estancia, el agujero de conejo que representan en nuestra rutina convierten a la flamante habitación en un refugio especial, único, en una residencia dentro de un tiempo regalado.

Muchos de los recuerdos asociados a las escapadas por España o el resto del mundo dependen de lo felices que fuimos en el hotel. De lo acogedor que resultase el edredón, la luz de la mesilla, de la amplitud de la ducha, de la cantidad de canales sintonizados en la televisión anidada en una esquina de la estancia. Cuando la fatiga de las calles nuevas, de los museos interminables, del sol de las plazas nos desgasta, basta pensar en el retorno a la habitación del hotel para encontrar un avituallamiento anímico y así proseguir con la botellita de agua mineral y la Nikon el recorrido turístico.

Los hoteles no pretenden reeditar nuestra casa, ni siquiera, muchas veces, evocan la cultura del lugar donde se alzan. Son siempre el mismo hotel en todo el mundo, son un lugar en sí mismo con cientos de miles de variantes, son otra pequeña ciudad dentro de la ciudad, con su propia experiencia culinaria, su climatología, sus olores y sus texturas. Los hoteles, con el misterio de sus precios fluctuantes y sus silencios, de sus mueblebares y sus horarios de salida, son el reencuentro con nosotros mismos en un momento en el que jugamos, sin calcetines, a ser otra persona.

(…)

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