Rafael A. Alemañ
Se abrigaba la esperanza de que las teorías cuánticas no lineales del siglo XXI, cuyas aspiración más cara es la de unificarse con la relatividad general einsteniana, despejen en alguna medida el misterio de los “agujeros negros”, condensaciones infinitamente densas de masa y energía (singularidades) rodeadas de un oscuro halo de tinieblas a causa de la gravitación periférica tan intensa que ni la luz puede escapar de ella. Puesto que los modelos de creación de los agujeros negros provienen todos de la relatividad general pura, no es descabellado pensar que la incorporación a los mismos de procesos cuánticos no lineales podría ejercer los mismos efectos balsámicos sobre las singularidades que la originaria teoría cuántica procuró al modelo atómico de Rutheford, sanándole de su intrínseca inestabilidad. Tal vez en esas nuevas condiciones las singularidades no se produzcan como nosotros suponíamos, y las masas de los grandes soles fenecidos no se precipiten irremediablemente en un abismo gravitatorio sin fin. Quizá exista un mecanismo cuántico no lineal que prevenga la aparición de una singularidad puntual de densidad infinita en el centro de un agujero negro, del mismo modo que otra regla cuántica impide el derrumbamiento de los electrones sobre los núcleos atómicos. Y quien sabe las implicaciones de estos futuros hallazgos sobre los propios modelos del Bing Bang, cuyas especulaciones se detienen en el tiempo cero debido a la singularidad inicial de la que, supuestamente, brotó todo.