lunes, 16 de diciembre de 2013

Sin grandeza

A estas alturas el desdén que gran parte de la sociedad catalana siente por España ha sido ganado a pulso por la política del Estado, cuya rudeza extremadamente torpe se ha visto agravada durante años por una barra mediática de extrema derecha, que no ha cesado de soliviantar los ánimos con el desprecio y los exabruptos viscerales contra Cataluña. De hecho, el exacerbado nacionalismo español se ha convertido en una fábrica generosa de separatistas catalanes, los cuales desde su lado acaban de tensar la cuerda hasta llegar a un punto de no retorno. Llevado por la propia mitología histórica, no exenta de una fiebre independentista en su fase erótica, el Gobierno de Cataluña acaba de envidar muy duro. Ha señalado la fecha para un refrendo o consulta sobre su futuro, con el horizonte de un nuevo Estado catalán independiente. Para volar alto se requiere que las alas encuentren la resistencia del aire y ante este desafío ahora mismo el presidente Rajoy, en medio de este infausto ruedo ibérico, imita a un don Tancredo enharinado sobre un pedestal. Este inmovilismo puede acrecentar la crispación hasta arrastrar a todo el país al acantilado. El Gobierno del Partido Popular ha conseguido arduamente que la palabra España en boca de la mayoría de los jóvenes catalanes sea una expresión tiñosa, porque el problema básico consiste en que el Estado español carece de prestigio. No tiene estadistas con grandeza y visión histórica, sino políticos ratoneros, cuando no corruptos hasta el hueso, especialistas en contar votos como las abuelas de antaño contaban habas en la cocina. Tampoco al Estado le asisten intelectuales sólidos, historiadores fiables, sociólogos y analistas políticos de altura que desde Madrid establezcan un criterio imbatible en esta polémica. Si este envite no se resuelve mediante el diálogo y no se impone el buen sentido por ambos bandos, el resultado va a ser una gran depresión de cuya melancolía pueden florecer las flores negras de la violencia. Jóvenes catalanes serán cebados con las palabras sagradas y a veces venenosas, patria, tierra, libertad, que suelen llevar al fanatismo de la dinamita. Primero a la dinamita como crítica de la razón pura, poco después como crítica de la razón práctica. Hay que evitar ese bucle maldito a toda costa.



lunes, 9 de diciembre de 2013

África cierra página

África cierra página
EL PAÍS, 6-12-2013
Editorial.
Hace tiempo que los sudafricanos habían asumido que algún día tendrían que dar el adiós definitivo a Nelson Mandela, a fuerza de contemplar en sus repetidas hospitalizaciones la absoluta fragilidad física y el ensimismamiento del hombre que construyó una nación desde las cenizas del apartheid. Con ese momento, aquel en que Madiba, al borde de los 95 años, ha ganado en paz el descanso final, ha llegado para Sudáfrica la hora crítica de aprender a vivir sin la figura paterna, sin el mentor y referente que Mandela seguía siendo, pese a llevar casi una década alejado de la vida pública, en la modesta casa de su terruño.
No se cambia la suerte de un país y se influye decisivamente en la percepción que todo un continente tiene de sí mismo sin estar hecho de una pasta especial. Los ingredientes más relevantes de la del antiguo guerrillero, que se convirtió en 1994 en el primer presidente negro de Sudáfrica después de pasar casi treinta años en prisión, fueron su magnanimidad y su paciente cultura del compromiso. Actitudes decisivas ambas para evitar el baño de sangre que todos presagiaban y hacer en su lugar un país que ha iluminado al resto del África negra. Un país donde, bajo su liderazgo, la mayoría supo esperar pacientemente el momento de asumir el lugar que le correspondía en la historia.
La Sudáfrica que despide a Mandela, sin embargo, se aleja peligrosamente del ejemplo fundacional. De sus herederos políticos han desaparecido el fulgor y la superioridad moral que acompañaron los años en que Mandela, como primer presidente de todos los sudafricanos, se dedicó a reconciliar sin agravios a una nación radicalmente dividida entre blancos y negros. En su lugar, sucesivos presidentes, dirigentes todos de un partido, el Congreso Nacional Africano (ANC), que comenzó como legendario movimiento de liberación, van camino de convertir a la República Sudafricana en un polvorín de destino incierto. Se trate de la trágica ignorancia de Thabo Mbeki, que permitió la muerte de millones de personas por considerar que el sida venía a ser una invención del colonialismo blanco; o de la probada corrupción y autoritarismo de Jacob Zuma, actual jefe del Estado, que presumiblemente logrará repetir mandato en las elecciones del año próximo.
[...]
Nelson Mandela, aposentado definitivamente en el mito, se ha despedido quedamente, como vivió, tras devolver la dignidad a Sudáfrica. Corresponde al conjunto de sus compatriotas, no solo a sus supuestos herederos doctrinales, mantener su gigantesco legado e impedir el secuestro del sueño que apadrinó.