viernes, 3 de febrero de 2012

San Valentín

Rosa Montero

Estoy escribiendo este artículo el 14 de febrero. Es decir, el maldito Día de los Enamorados. De todos los días falsos y arbitrarios inventados por los comerciantes para ordeñar nuestros bolsillos, éste es el que más me irrita, el que me parece no sólo más ñoño, sino también más mentiroso. Con el agravante de redundar en la falsedad, porque el amor pasión, que es lo que normalmente se entiende por amor, ya es de entrada una mentira, una sustancia imaginaria, un espejismo.  Ahora bien, la pasión es un espejismo sustancial, una ficción de altura, a menudo la mejor fantasía que puede llegar a inventar una persona en toda su vida; mientras que la supuesta festividad de los Enamorados es una majadería dulzarrona, un paripé vacío, con toda su pringosa parafernalia de corazones en todos los tamaños y materiales, corazones de plástico y de chocolate y de cristal, corazones impresos en manteles y tangas, un frenesí de corazoncitos rojos que se parecen tanto a los musculosos corazones verdaderos como el amor real a los enamorados de San Valentín. O sea, nada.
Para peor, tengo la inquietante sensación de que este año el 14 de febrero se ha festejado más que nunca; que han aparecido más reportajes en los periódicos, más referencias en todos los medios. Puede que sea porque la vida está bastante chunga, porque la crisis arrecia y una desazonada melancolía nos va mordisqueando los tobillos; de modo que, para compensar tanta negrura, la gente quizá se haya lanzado a celebrar esta tontura de los amores de plástico de la misma manera que uno se zampa un dulce cuando se siente triste.
Lo malo es que este dulce es tan artificial que te intoxica. Bastante confundidos andamos ya con el amor como para que encima estas cursilerías nos sigan llenando la cabeza de pájaros. La idea del amor romántico, que, en su versión masiva, nació en el siglo XIX, nos ha hecho a los humanos un daño fenomenal. Sobre todo a las mujeres, que por lo general seguimos proyectando sobre los hombres monumentales quimeras. Un cómico francés llamado Arthur dijo en uno de sus espectáculos una frase que me parece genial: “El problema es que las mujeres se casan pensando que ellos van a cambiar y los hombres se casan pensando que ellas no van a cambiar”. Tiene razón: la inmensa mayoría de las mujeres estamos empeñadas en cambiar al otro para que se adapte al sueño rutilante que tenemos de él. De hecho, ni siquiera somos conscientes de que queremos cambiarlo; pesamos que en realidad nuestro amado es así como nosotras lo soñamos, sólo que anda un poco perdido, un  poco herido, un poco aturrullado; y que nosotras conseguiremos salvarlo de sí mismo, es decir, de la parte mala de sí mismo, para que emerja en todo su esplendor el príncipe azul.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Desastres anímicos

Rosa Montero

El otro día vi un cartelón publicitario de un gabinete psicológico. Estrés, mobbing, insomnio, adicciones, depresión y obesidad, ponía en grandes letras. Cáspita, me dije, pero qué modernos son estos psicólogos, y qué atentos están a los vaivenes del malestar social. Nada de hablar de neurosis, por ejemplo, o de crisis de angustia, que son sufrimientos psíquicos tradicionales. No, señor: ellos se centran en el último grito de los desastres anímicos.
De hecho, esta lista de problemas es una especie de retrato patológico de nuestra realidad. Porque las sociedades también pueden ser explicadas a través del examen de sus enfermedades. Por ejemplo, la obesidad; en el mundo hay más de mil millones de personas con sobrepeso, y 300 millones son obesas; ni que decir tiene, en fin, que una vasta mayoría de ese gentío rollizo se acumula en los países ricos. Pero en el planeta también hay 840 millones de personas críticamente desnutridas; y treinta millones mueren de hambre cada año. En cuanto al mobbing, que es el maltrato en el trabajo, lo sufre entre el 11% y el 16% de la población activa española (lo cual no me extraña: yo misma lo padecí en una ocasión, y es angustioso). Pero también es verdad que , para ser víctima del mobbing, tienes que tener un empleo, un derecho básico del que no gozan millones de parias en la Tierra.
El 10% de los españoles padece insomnio; otra tortura, desde luego, pero también un malestar de relativo lujo; no creo que la muchacha africana que se recorre cuarenta kilómetros a pie para traer un cántaro de agua tenga problemas para dormir, pero probablemente morirá de sida, como la mitad de los jóvenes de quince años de Zimbabue (ya digo que cada país tiene sus enfermedades). En cuanto al estrés, en realidad es un eufemismo con el que se enmascara la vieja angustia de siempre, adornándola con un barniz ejecutivo. Como si uno sólo se angustiara por lo muy atareado que está, y no por la ansiedad misma de vivir, por la muerte negra que nos espera, por todo lo oscuro y lo desesperado que alberga la existencia. Aquí estamos, en fin, comiendo hasta enfermarnos, atormentándonos en los insomnios y hablando del estrés para no hablar del miedo. Estamos sin duda muy malitos. 

sábado, 10 de diciembre de 2011

Desatascar Europa

Los primeros instantes

Rafael A. Alemañ

Se abrigaba la esperanza de que las teorías cuánticas no lineales del siglo XXI, cuyas aspiración más cara es la de unificarse con la relatividad general einsteniana, despejen en alguna medida el misterio de los “agujeros negros”, condensaciones infinitamente densas de masa y energía (singularidades) rodeadas de un oscuro halo de tinieblas a causa de la gravitación periférica tan intensa que ni la luz puede escapar de ella. Puesto que los modelos de creación de los agujeros negros provienen todos de la relatividad general pura, no es descabellado pensar que la incorporación a los mismos de procesos cuánticos no lineales podría ejercer los mismos efectos balsámicos sobre las singularidades que la originaria teoría cuántica procuró al modelo atómico de Rutheford, sanándole de su intrínseca inestabilidad. Tal vez en esas nuevas condiciones las singularidades no se produzcan como nosotros suponíamos, y las masas de los grandes soles fenecidos no se precipiten irremediablemente en un abismo gravitatorio sin fin. Quizá exista un mecanismo cuántico no lineal que prevenga la aparición de una singularidad puntual de densidad infinita en el centro de un agujero negro, del mismo modo que otra regla cuántica impide el derrumbamiento de los electrones sobre los núcleos atómicos. Y quien sabe las implicaciones de estos futuros hallazgos sobre los propios modelos del Bing Bang, cuyas especulaciones se detienen en el tiempo cero debido a la singularidad inicial de la que, supuestamente, brotó todo.