lunes, 19 de diciembre de 2011

Desastres anímicos

Rosa Montero

El otro día vi un cartelón publicitario de un gabinete psicológico. Estrés, mobbing, insomnio, adicciones, depresión y obesidad, ponía en grandes letras. Cáspita, me dije, pero qué modernos son estos psicólogos, y qué atentos están a los vaivenes del malestar social. Nada de hablar de neurosis, por ejemplo, o de crisis de angustia, que son sufrimientos psíquicos tradicionales. No, señor: ellos se centran en el último grito de los desastres anímicos.
De hecho, esta lista de problemas es una especie de retrato patológico de nuestra realidad. Porque las sociedades también pueden ser explicadas a través del examen de sus enfermedades. Por ejemplo, la obesidad; en el mundo hay más de mil millones de personas con sobrepeso, y 300 millones son obesas; ni que decir tiene, en fin, que una vasta mayoría de ese gentío rollizo se acumula en los países ricos. Pero en el planeta también hay 840 millones de personas críticamente desnutridas; y treinta millones mueren de hambre cada año. En cuanto al mobbing, que es el maltrato en el trabajo, lo sufre entre el 11% y el 16% de la población activa española (lo cual no me extraña: yo misma lo padecí en una ocasión, y es angustioso). Pero también es verdad que , para ser víctima del mobbing, tienes que tener un empleo, un derecho básico del que no gozan millones de parias en la Tierra.
El 10% de los españoles padece insomnio; otra tortura, desde luego, pero también un malestar de relativo lujo; no creo que la muchacha africana que se recorre cuarenta kilómetros a pie para traer un cántaro de agua tenga problemas para dormir, pero probablemente morirá de sida, como la mitad de los jóvenes de quince años de Zimbabue (ya digo que cada país tiene sus enfermedades). En cuanto al estrés, en realidad es un eufemismo con el que se enmascara la vieja angustia de siempre, adornándola con un barniz ejecutivo. Como si uno sólo se angustiara por lo muy atareado que está, y no por la ansiedad misma de vivir, por la muerte negra que nos espera, por todo lo oscuro y lo desesperado que alberga la existencia. Aquí estamos, en fin, comiendo hasta enfermarnos, atormentándonos en los insomnios y hablando del estrés para no hablar del miedo. Estamos sin duda muy malitos. 

sábado, 10 de diciembre de 2011

Desatascar Europa

Los primeros instantes

Rafael A. Alemañ

Se abrigaba la esperanza de que las teorías cuánticas no lineales del siglo XXI, cuyas aspiración más cara es la de unificarse con la relatividad general einsteniana, despejen en alguna medida el misterio de los “agujeros negros”, condensaciones infinitamente densas de masa y energía (singularidades) rodeadas de un oscuro halo de tinieblas a causa de la gravitación periférica tan intensa que ni la luz puede escapar de ella. Puesto que los modelos de creación de los agujeros negros provienen todos de la relatividad general pura, no es descabellado pensar que la incorporación a los mismos de procesos cuánticos no lineales podría ejercer los mismos efectos balsámicos sobre las singularidades que la originaria teoría cuántica procuró al modelo atómico de Rutheford, sanándole de su intrínseca inestabilidad. Tal vez en esas nuevas condiciones las singularidades no se produzcan como nosotros suponíamos, y las masas de los grandes soles fenecidos no se precipiten irremediablemente en un abismo gravitatorio sin fin. Quizá exista un mecanismo cuántico no lineal que prevenga la aparición de una singularidad puntual de densidad infinita en el centro de un agujero negro, del mismo modo que otra regla cuántica impide el derrumbamiento de los electrones sobre los núcleos atómicos. Y quien sabe las implicaciones de estos futuros hallazgos sobre los propios modelos del Bing Bang, cuyas especulaciones se detienen en el tiempo cero debido a la singularidad inicial de la que, supuestamente, brotó todo.

martes, 29 de noviembre de 2011

Historia de las letras

Gregorio Salvador y Juan R Lodares


   Hay que reconocer que Pitágoras era un tipo complicado que pasó a la historia con una frase más complicada todavía: “En un triángulo rectángulo, la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa”. Pitágoras podría haber dicho cualquier otra cosa, una de esas frases lapidarias de las que hay muchas, de las que se recuerdan con facilidad y con las que han pasado a la historia otros grandes hombres, pero, pero no, prefirió amargarnos el bachillerato a los que íbamos para Letras, a quienes más allá del rectángulo (que ya es ir lejos) las palabras de su gran frase se nos enredaban horriblemente.  Sin embargo, si hubiéramos estudiado a Pitágoras en filosofía, sus ideas nos hubieran parecido simples porque los antiguos le atribuían una doctrina para cuya comprensión no hace falta saber geometría ni griego, sino que basta con haber tenido abuelas en casa, a saber: que todos los humanos siguen al principio un mismo camino en la vida, pero que al llegar a una edad los hay que toman la senda de la derecha, llena de asperezas y sacrificios, que conduce a la virtud, mientras que otros toman la de la izquierda, que a través de la molicie, los conduce al abismo de los vicios.
   Esta teoría vital se puede simbolizar por una simple Y; por eso, además de i griega y ye, se la llama la letra de Pitágoras o, con más lírica, árbol de Samos, por ser esta isla la patria chica del sabio. En el frío mundo moderno también nos hemos aprovechado de la forma de esa letra para usos mucho menos evocadores: en un mapa de carreteras norteamericano leemos Y-junction, o sea, “Cruce en Y”; en ese punto no hay árboles de Samos, ni buenos y viciosos despidiéndose, hay tres carreteras grises que se juntan. Los electricistas le ponen a los brazos superiores de la Y otro en medio y ya quieren significar “antena”, en Japón la cruzan con dos barras para representar al yen, los biólogos conocen un tipo de bichito seudodisentérico que se llama “bacilo de Y”… y así suma y sigue. Nada en fin tan poético como los árboles pitagóricos.
   Todo ocurre porque cambien las modas, pero lo que no ha cambiado en siglos es la forma de la Y, cuya antepasada reconocible está en la escritura hierática egipcia, en los alfabetos milenarios del Medio Oriente (donde representaba una maza), en la vau fenicia, y es la misma antepasada de la f, la u y la v. Prolífica letra esta cuya historia ya está contada y no vamos a repetir. Aunque no sea un invento suyo, los griegos le dieron forma definitiva, la llamaron ípsilon y la distribuyeron por otros alfabetos.