miércoles, 18 de abril de 2012

Otro país

Elvira Lindo
El País 18-04-2012

El país ha cambiado. No por la crisis, cambió hace bastantes años, hasta el punto de que resultaba una inaudita anacronía leer, en aquel libro de Pilar Urbano, que doña Sofía sostenía que un Rey muere en la cama, que jamás se jubila. Era sin duda una afirmación de más calado que aquella en la que mostraba su disgusto hacia las carrozas gays, pero ya se sabe que en este extraño presente que nos ha tocado en suerte lo que concierne al común de los mortales es secundario. Un Rey muere en la cama. A mí se me vino a la cabeza Aurora Bautista cuando poseída por su papel de Juana la Loca decía aquello de “El Rey no ha muerto, el Rey está dormido”.
El país ha cambiado. Tanto como para que sus visibles cabeceos después de afirmar que el paro juvenil le quita el sueño sean motivo de cachondeo (ahí cabría una intervención de Aurora Bautista). Tanto como para que chirríe el hecho de que responda de mala manera a su mujer en público, o a los periodistas cuando le preguntan por su salud. Esas salidas de tono, que fueron calificadas antaño como campechanía, hoy no son más que signos de extrema irritabilidad. Algo que se hizo patente en el célebre “¿Por qué no te callas?”, que tanto se celebró y que personalmente no comprendí en quien actúa como un diplomático de más alto nivel.
El país ha cambiado tanto como para exigir algo de coherencia moral a quien predica, pero no con el ejemplo. Me refiero, por supuesto, a hacer compatible la defensa de una esposa que esté a la altura del rango con la deslealtad permanente al matrimonio. Al país le han crecido los molestos amantes de los animales, los jóvenes sin futuro que exigen transparencia, los ciudadanos que no entienden que una familia se pueda regir por leyes diferentes al resto.
Han crecido por miles aquellos que se preguntan, ¿y quién ha dicho que un Rey lo es hasta la muerte?

martes, 20 de marzo de 2012

Disparo

Manuel Vicent
El País, 14/12/2008

Ante la crisis actual sólo cabe una actitud sensata, aunque poco gallarda: la misma que adoptan los futbolistas cuando el árbitro ordena cerca del área un tiro a puerta. Los jugadores contrarios forman una barrera, pero más allá de la posibilidad de que se produzca el gol o de que el portero pare el balón, cada uno se protege con las manos los genitales para que el disparo no se los aplaste. Así hay que afrontar la crisis y después Dios dirá. Pero cualquier cosa que uno crea que ha dicho Dios, es falsa, como afirmó un sabio sufí.  Lo mismo podría afirmarse de la física cuántica porque, según el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, en el mundo microscópico la acción del observador altera por sí misma el sistema observado. Si este principio se aplica a la filosofía resulta que la famosa frase de Descartes pienso, luego existo, no resuelve la duda metódica, puesto que nuestra existencia cambia por el hecho de pensarla. Si se aplica al periodismo una noticia pierde veracidad por el hecho de publicarla. Si se aplica a la política la opinión de un líder nunca es auténtica ya que su sentido se modifica por el hecho de pronunciarla. Si se aplica a la economía ningún pronóstico sirve de nada porque el propio dictamen del experto distorsiona  el problema por el hecho de formularIo. Si Dios, la física cuántica y la economía no permiten que ningún analista, aun tratándose de un profesional muy solvente, acierte en la diana, no quiera usted saber el desastre que se produce cuando el teólogo es un fanático, el filósofo un estúpido, el periodista un golfo, el político un corrupto y el economista un ignorante, algo muy habitual. En este supuesto en lugar de dar en las proximidades  de la diana, la flecha puede perderse en las nubes o atravesar el pie del que la dispara. Contra la ley de la óptica los problemas  se ven más grandes de lejos que de cerca, de modo que cualquier opinión que se refiera a la próxima hecatombe nunca será acertada. Ésta es la base del optimismo antropológico. Nadie puede demostrar de antemano que el disparo a puerta llegará a la red o lo parará el portero. Ante esta incertidumbre sólo queda una actitud: protegerse los genitales con las manos para que no salten por los aires.