A diferencia de la selección artificial
que el hombre lentamente efectúa con animales y plantas, potenciando
determinadas características para mejorar su productividad, la selección
natural no persigue ningún objetivo. Es más, no hay variantes génicas mejores
que otras en sentido absoluto, sino que todo depende de las circunstancias del
medio ambiente. Lo que es favorable en un momento dado, puede no serlo en otro.
Además, por un fenómeno que se conoce como mutación, de cuando en cuando nacen
individuos con variantes nuevas, pero de ninguna manera los hábitos o
necesidades de los individuos determinan en qué dirección se producirán las
mutaciones. No obstante, éstas son una fuente inagotable de novedades sobre las
que actúa la selección natural, modificando con el tiempo las especies e
impulsando su evolución. Las mutaciones no producen por sí solas nuevas
especies, sino que aumentan la variabilidad de las existentes.
El azar también representa un papel
importante en la evolución; por ejemplo, cuando unos pocos individuos
sobreviven aleatoriamente (es decir, solo por su buena suerte) a una catástrofe
ecológica que diezma los efectivos de su especie, o cuando unos pocos
individuos son transportados pasivamente por las fuerzas de la naturaleza (el
viento, los ríos o las corrientes marinas) para fundar un nueva población. Las
características de estos individuos seleccionados por el azar podrían no ser
las más frecuentes en la población original y, sin embargo, son el punto de
partida de la evolución posterior.
Juan Luís Arsuaga e Ignacio Martínez