Los
mejores y los peores
Javier
Marías, EL PAÍS 20-04-2014
http://elpais.com/elpais/2014/04/16/eps/1397645294_720846.html
Leí hace poco dos viejos versos de Yeats que me parecieron verdaderos, en la medida relativa en que cualquier afirmación lo puede ser: “Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de apasionada intensidad”. Si me parecieron tan “verdaderos” es porque, hasta cierto punto, y con excepciones, definen la historia de la humanidad, y desde luego la de nuestro país. De lo que no cabe duda, en todo caso, es de que los indiscutibles “peores” del pasado siglo triunfaron más que nada por su vehemencia, por su exageración y dogmatismo, por su griterío ensordecedor, por su extremismo simplificador y chillón. Los nazis, los stalinistas, los fascistas italianos, los maoístas chinos o exportados al Perú, todos estuvieron poseídos de indudable ardor. No hablemos de las fuerzas que acabaron imponiéndose en España durante la Guerra Civil y relegando a los “mejores” a la condición de meros espectadores horrorizados, o de exiliados prematuros, o de leales al bando de la República –por ser el único legal– parcialmente a su pesar, es decir, por decencia pero sin convicción. Ésta, en cambio, les sobró a los franquistas, que encima contaron con la bendición de la Iglesia Católica, o aún es más, con su exaltación justificadora de las matanzas. Y si interviene el elemento religioso, entonces el fanatismo, el entusiasmo aniquilador, se agudizan y pierden todo posible freno. Mucho me temo que esa ha sido una de las principales funciones de las religiones: encender mechas, ofrecer coartadas, prometer dichas ultraterrenas a los asesinos por vocación.
Nada tiene por qué cambiar, y en este siglo XXI los peores siguen rebosando intensidad y amparándose en la religión. Puede ser la religión distorsionada, como en el caso de talibanes y yihadistas, que, lejos de menguar, se extienden como la pólvora; o bien sucedáneos de aquélla, en forma de nacionalismos las más de las veces. Proliferan en Europa, y van ganando adeptos, los movimientos y partidos xenófobos y racistas, los que demonizan a los inmigrantes –legales o no, tanto les da–, los que claman “Grecia para los griegos”, “Francia para los franceses”, “España para los españoles” o “Cataluña para los catalanes de verdad”. En este último lugar hay una señora mandona y ensoberbecida, que preside la llamada Asamblea Nacional Catalana, que sin duda está poseída por la vehemencia más apasionada. En virtud de ella, y no de otra cosa, se permite dictar “hojas de ruta” a los representantes políticos surgidos de elecciones democráticas, mientras que a ella nadie la ha votado jamás. Los peores se hacen fuertes cuando los mejores carecen de convencimiento. Cuando éstos se amedrentan y desisten. Cuando temen verse “sobrepasados” o repudiados. Cuando deciden que razonar, argumentar y pactar ya no sirve de nada. Ese “ya” es lo más peligroso que existe. Señala el momento en que los inteligentes arrojan la toalla, en que se resignan a no ser escuchados, en que se persuaden de que sólo el vocerío vale para hacerse oír, y de que, por tanto, una de dos: o hacen literalmente mutis por el foro o se suben a la grupa del simplismo y el estruendo, del blanco o negro, del conmigo o contra mí, de los patriotas y los antipatriotas, o, como sufrimos aquí a lo largo de cuarenta años, de los españoles y los antiespañoles.
(...)
domingo, 4 de mayo de 2014
lunes, 28 de abril de 2014
Del amor
Del amor
Rosa Montero
EL PAÍS, 28-01-2014
http://elpais.com/elpais/2014/01/27/opinion/1390827996_544810.html
Llevo días resistiendo la tentación de escribir sobre los líos de Hollande porque me parecía que era rendirse al morbo más cotilla y a los bajos instintos. Pero, claro, es que hasta los medios serios lo sacan en portada. ¿Por qué nos interesa tanto este culebrón sentimental? En primer lugar, quizá porque resulta incomprensible que ese garbanzo poco cocido que es Hollande tenga tanto éxito con las mujeres, y eso puede ser alentador para la gente que se considere poco atractiva, del mismo modo que las viejas películas de Landa, en las que el actor ligaba con rubias reventonas, eran un lenitivo para los feos (pero no se equivoquen: lo de Hollande solo demuestra que el poder es, en efecto, un afrodisíaco para ciertas mujeres; o sea que los feos sin poder lo tienen crudo).
Luego está la inquietante sospecha de que, cuando uno anda metido en un tobogán emocional de ese calibre, no tiene la cabeza para nada más. Al menos yo, en momentos así, no he podido ni escribir ni pensar ni ser persona, pero claro, yo no era el presidente de un país. Y así como el exministro inglés David Owen demuestra en su fascinante ensayo En el poder y en la enfermedad que la salud, otro tema tan privado como el amor, puede terminar teniendo tremendas consecuencias públicas (las depresiones de Lincoln o De Gaulle, el trastorno bipolar de Churchill…), cabe temer que los arrechuchos sentimentales te dejen las neuronas perjudicadas durante cierto tiempo. Por último, creo que hay otra razón para nuestro interés, algo de lo que no se habla porque nos parece cursi y pueril mencionarlo, y es la importancia que le damos al amor, al espejismo del amor, a la droga del amor, a ese fuego que nos arde en las entrañas, a la punzante nostalgia por tenerlo, si ahora mismo no lo gozamos. Sí: aunque parezca mentira, el efímero y tembloroso ensueño del amor también influye en el mundo.
Webconferencia AVIP
Rosa Montero
EL PAÍS, 28-01-2014
http://elpais.com/elpais/2014/01/27/opinion/1390827996_544810.html
Llevo días resistiendo la tentación de escribir sobre los líos de Hollande porque me parecía que era rendirse al morbo más cotilla y a los bajos instintos. Pero, claro, es que hasta los medios serios lo sacan en portada. ¿Por qué nos interesa tanto este culebrón sentimental? En primer lugar, quizá porque resulta incomprensible que ese garbanzo poco cocido que es Hollande tenga tanto éxito con las mujeres, y eso puede ser alentador para la gente que se considere poco atractiva, del mismo modo que las viejas películas de Landa, en las que el actor ligaba con rubias reventonas, eran un lenitivo para los feos (pero no se equivoquen: lo de Hollande solo demuestra que el poder es, en efecto, un afrodisíaco para ciertas mujeres; o sea que los feos sin poder lo tienen crudo).
Luego está la inquietante sospecha de que, cuando uno anda metido en un tobogán emocional de ese calibre, no tiene la cabeza para nada más. Al menos yo, en momentos así, no he podido ni escribir ni pensar ni ser persona, pero claro, yo no era el presidente de un país. Y así como el exministro inglés David Owen demuestra en su fascinante ensayo En el poder y en la enfermedad que la salud, otro tema tan privado como el amor, puede terminar teniendo tremendas consecuencias públicas (las depresiones de Lincoln o De Gaulle, el trastorno bipolar de Churchill…), cabe temer que los arrechuchos sentimentales te dejen las neuronas perjudicadas durante cierto tiempo. Por último, creo que hay otra razón para nuestro interés, algo de lo que no se habla porque nos parece cursi y pueril mencionarlo, y es la importancia que le damos al amor, al espejismo del amor, a la droga del amor, a ese fuego que nos arde en las entrañas, a la punzante nostalgia por tenerlo, si ahora mismo no lo gozamos. Sí: aunque parezca mentira, el efímero y tembloroso ensueño del amor también influye en el mundo.
Webconferencia AVIP
lunes, 7 de abril de 2014
Pronóstico
http://elpais.com/elpais/2014/03/30/opinion/1396190792_871393.html
Pronóstico
Almudena Grandes
EL PAÍS, 31- 03 - 2014
Soy madrileña, hija de madrileños, nieta de madrileños, aunque pocas veces he alardeado de esa condición. Hoy voy a hacerlo, porque Madrid es mi ciudad, porque me pertenece tanto como yo a ella. Porque mis padres apenas tuvieron la oportunidad de manifestarse en sus calles, pero mis abuelos y mis bisabuelos sí lo hicieron. Y porque yo, que lo he hecho muchas veces, tengo la santa intención de seguir saliendo a la calle a protestar mientras me sostengan las piernas.
Soy madrileña. Tanto o más que los comerciantes de la Puerta del Sol, que la señora alcaldesa, que sus concejales. Por eso padezco una ciudad sucia, unos transportes públicos muy caros, impuestos abusivos, obras superfluas e inacabables, unos servicios públicos degradados, las consecuencias del faraónico endeudamiento del alcalde Gallardón y las derivadas de los estruendosos fracasos —Olimpiadas, Eurovegas, etcétera— en los que han naufragado de la mano el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid.
Soy madrileña, pero invito a cualquier ciudadano español, dondequiera que haya nacido, a acompañarme en el sonrojo universal que inspira la última ocurrencia de Botella, que ha sido secundada por todo un ministro del Interior. Fernández Díaz ha apoyado el recorte del derecho de manifestación, en defensa de los derechos de quienes no se manifiestan, aunque sabe que, y cito textualmente, “probablemente su propuesta no concuerde con la lectura unánime de la legalidad que hacen los tribunales”. Esta última declaración es bochornosa, pero bien mirada, da más miedo que vergüenza. ¿Cuántos violentos destrozando escaparates, cuántos policías indefensos, cuántos operativos de seguridad defectuosos harán falta para destruir la unanimidad jurídica que contraría la voluntad del ministro? Yo que ustedes, empezaría a entrenarme para correr el maratón. Me temo que nos va a hacer falta.
Pronóstico
Almudena Grandes
EL PAÍS, 31- 03 - 2014
Soy madrileña, hija de madrileños, nieta de madrileños, aunque pocas veces he alardeado de esa condición. Hoy voy a hacerlo, porque Madrid es mi ciudad, porque me pertenece tanto como yo a ella. Porque mis padres apenas tuvieron la oportunidad de manifestarse en sus calles, pero mis abuelos y mis bisabuelos sí lo hicieron. Y porque yo, que lo he hecho muchas veces, tengo la santa intención de seguir saliendo a la calle a protestar mientras me sostengan las piernas.
Soy madrileña. Tanto o más que los comerciantes de la Puerta del Sol, que la señora alcaldesa, que sus concejales. Por eso padezco una ciudad sucia, unos transportes públicos muy caros, impuestos abusivos, obras superfluas e inacabables, unos servicios públicos degradados, las consecuencias del faraónico endeudamiento del alcalde Gallardón y las derivadas de los estruendosos fracasos —Olimpiadas, Eurovegas, etcétera— en los que han naufragado de la mano el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid.
Soy madrileña, pero invito a cualquier ciudadano español, dondequiera que haya nacido, a acompañarme en el sonrojo universal que inspira la última ocurrencia de Botella, que ha sido secundada por todo un ministro del Interior. Fernández Díaz ha apoyado el recorte del derecho de manifestación, en defensa de los derechos de quienes no se manifiestan, aunque sabe que, y cito textualmente, “probablemente su propuesta no concuerde con la lectura unánime de la legalidad que hacen los tribunales”. Esta última declaración es bochornosa, pero bien mirada, da más miedo que vergüenza. ¿Cuántos violentos destrozando escaparates, cuántos policías indefensos, cuántos operativos de seguridad defectuosos harán falta para destruir la unanimidad jurídica que contraría la voluntad del ministro? Yo que ustedes, empezaría a entrenarme para correr el maratón. Me temo que nos va a hacer falta.
lunes, 31 de marzo de 2014
El partido
http://elpais.com/elpais/2014/03/22/opinion/1395505202_696422.html
El partido
Manuel Vicente
Durante la dictadura bastaba con pronunciar la palabra partido y todo el mundo sabía que te referías al partido comunista. Ahora en democracia no hay más partido que el clásico entre el Real Madrid y el Barça. Algunos intelectuales detestan el fútbol porque, tal vez, solo ven en este deporte un espectáculo alienante de masas, cuando, bien mirado, se trata de la representación moderna del doble eje que mueve toda la filosofía griega: la dialéctica entre Apolo y Dioniso, entre la idea y la orgía. Sobre el césped del estadio Euclides ha posado el espíritu de la geometría: la línea divisoria del campo, el círculo central, las áreas, el punto de penalti, el rectángulo de las porterías, la red. Unos héroes apolíneos establecen un cálculo en ese espacio impulsando una esfera según una pauta de la mente hacia la victoria. Alrededor de esta aritmética pura se agita un coro convulso en las gradas donde toda irracionalidad tiene su asiento. Allí impone Dioniso su ley: es necesario sacar el macho cabrío que uno lleva dentro para sacrificarlo entre rebuznos patrióticos, aplausos, insultos, gritos y banderas independentistas, rostros pintados con los colores de la tribu. En el césped solo Apolo mueve a sus héroes cuya acción equivale al pensamiento. La perfección pone a hervir a la masa. Cuanto más cerebral sea un pase o más pegado al ángulo un remate, más ciega será la explosión del coro. Pero la teoría de Apolo se quiebra cuando, después de marcar un gol, el futbolista demasiado feliz baila la samba, o se besa el anillo de casado, o se chupa el dedo pulgar si tiene un hijo recién nacido o se mete el balón bajo la camiseta si su mujer está embarazada. En este partido clásico aún podría ser peor si los jugadores del Real Madrid asumieran la carga de lo español y los del Barça salieran al campo disfrazados de bandera catalana, puesto que su derrota supondría la de su patria. Por otra parte la esencia del futbol es el error del árbitro, incapaz de ver el penalti o el fuera de juego, que hasta los más tontos del pueblo, convertidos en jueces, ven con claridad por televisión, pese a lo cual el árbitro puede sacar una tarjeta roja equivocada y Apolo se va a la mierda. Eso mismo le pasó a Sócrates en Atenas. Así es la filosofía griega.
El partido
Manuel Vicente
Durante la dictadura bastaba con pronunciar la palabra partido y todo el mundo sabía que te referías al partido comunista. Ahora en democracia no hay más partido que el clásico entre el Real Madrid y el Barça. Algunos intelectuales detestan el fútbol porque, tal vez, solo ven en este deporte un espectáculo alienante de masas, cuando, bien mirado, se trata de la representación moderna del doble eje que mueve toda la filosofía griega: la dialéctica entre Apolo y Dioniso, entre la idea y la orgía. Sobre el césped del estadio Euclides ha posado el espíritu de la geometría: la línea divisoria del campo, el círculo central, las áreas, el punto de penalti, el rectángulo de las porterías, la red. Unos héroes apolíneos establecen un cálculo en ese espacio impulsando una esfera según una pauta de la mente hacia la victoria. Alrededor de esta aritmética pura se agita un coro convulso en las gradas donde toda irracionalidad tiene su asiento. Allí impone Dioniso su ley: es necesario sacar el macho cabrío que uno lleva dentro para sacrificarlo entre rebuznos patrióticos, aplausos, insultos, gritos y banderas independentistas, rostros pintados con los colores de la tribu. En el césped solo Apolo mueve a sus héroes cuya acción equivale al pensamiento. La perfección pone a hervir a la masa. Cuanto más cerebral sea un pase o más pegado al ángulo un remate, más ciega será la explosión del coro. Pero la teoría de Apolo se quiebra cuando, después de marcar un gol, el futbolista demasiado feliz baila la samba, o se besa el anillo de casado, o se chupa el dedo pulgar si tiene un hijo recién nacido o se mete el balón bajo la camiseta si su mujer está embarazada. En este partido clásico aún podría ser peor si los jugadores del Real Madrid asumieran la carga de lo español y los del Barça salieran al campo disfrazados de bandera catalana, puesto que su derrota supondría la de su patria. Por otra parte la esencia del futbol es el error del árbitro, incapaz de ver el penalti o el fuera de juego, que hasta los más tontos del pueblo, convertidos en jueces, ven con claridad por televisión, pese a lo cual el árbitro puede sacar una tarjeta roja equivocada y Apolo se va a la mierda. Eso mismo le pasó a Sócrates en Atenas. Así es la filosofía griega.
lunes, 24 de marzo de 2014
Al contrario
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/02/10/actualidad/1392064813_704051.html
Enrique Vila-Mata
Al contrario
No soporto más de cinco minutos de una película de Godard y sin embargo me gusta mucho su obra; me atrae, me fascina cuando la observo en un plano general; no es un conjunto constituido solo por filmes (por cierto, ha rodado más de 200), sino también por una especie de incansable adéndum de entrevistas y conversaciones en el que se percibe una notable afición al diálogo socrático y una maniática tendencia a discutirlo todo; incluidos, por supuesto, los resultados de su trabajo como cineasta.
Resulta estimulante ver cómo somete su obra a una constante revisión crítica y a numerosos principios de incertidumbre y cómo le lleva la contraria a toda idea establecida. Una vez, le espié en un café de París y vi que, en cuanto sus amigos daban algo por seguro, él intervenía para ponerlo de nuevo todo patas arriba.
—Al contrario.
Esta era su forma preferida de interrumpirles, de combatir cualquier idea de tierra firme.
Yo sé que Godard, llevado precisamente por esa tendencia a refutar lo último que ha oído (aunque eso último lo acabe de decir él mismo), termina siempre poniendo en tela de juicio sus propias películas, también su último acierto o error… Un tipo realmente infatigable, siempre en combate. Gracias a su afán de diálogo, su producción tan discutida —para empezar, discutida a fondo por él mismo— ha ido convirtiéndose, con la ayuda de su peculiar adéndum, en una síntesis en miniatura de la gran confluencia de dudas que es la historia general de la creación artística.
Él encarna esa agónica síntesis, y yo desde luego prefiero sus descensos al abismo que la tendencia de algunas glorias patrias a subirse, cual doñas Perfectas, al primer pedestal sólido que encuentran.
“Pensar, crear, es un acto de resistencia” (Godard).
Su incansable apéndice de conversaciones, de teorías a mansalva y de entrevistas puede ser consultado, de la mano de Núria Aidelman y Gonzalo de Lucas, en Jean-Luc Godard. Pensar entre imágenes (Intermedio). Ayer mismo, ojeando el libro, vi claro que si bien no me gusta su cine, jamás podré olvidar el baile de Anna Karina en Bande à Part, la escena de la guerra y las postales en Les carabiniers, la portentosa desorientación de Brigitte Bardot en Le mepris…
No hace mucho traté de darle otra oportunidad al DVD de Le mepris, pero vi unas pocas escenas y me fui corriendo a dormir. Acabé soñando con Bardot desorientada por las calles erráticas de una intriga que no ha quedado nada anticuada… ¡Al contrario! La trama narra cómo Fritz Lang filma La odisea de Homero y cómo el productor Prokosch, que menosprecia sus filmes de autor, le pide a un escritor mediocre que reforme el guion...
¿No es exactamente lo que vemos todos los días? La industria y los productores hundiendo cualquier conato de gran arte.
“Es el fin, casi no se puede crear” (Godard).
—Usted parece muy despegado del mundo —le dijeron el otro día.
—¡Al contrario! ¡Al contrario! Me siento muy apegado a la vida. En relación a esto, el otro día Anne-Marie me dijo que si me sobrevivía haría escribir en mi tumba: “Al contrario...”.
Enrique Vila-Mata
Al contrario
No soporto más de cinco minutos de una película de Godard y sin embargo me gusta mucho su obra; me atrae, me fascina cuando la observo en un plano general; no es un conjunto constituido solo por filmes (por cierto, ha rodado más de 200), sino también por una especie de incansable adéndum de entrevistas y conversaciones en el que se percibe una notable afición al diálogo socrático y una maniática tendencia a discutirlo todo; incluidos, por supuesto, los resultados de su trabajo como cineasta.
Resulta estimulante ver cómo somete su obra a una constante revisión crítica y a numerosos principios de incertidumbre y cómo le lleva la contraria a toda idea establecida. Una vez, le espié en un café de París y vi que, en cuanto sus amigos daban algo por seguro, él intervenía para ponerlo de nuevo todo patas arriba.
—Al contrario.
Esta era su forma preferida de interrumpirles, de combatir cualquier idea de tierra firme.
Yo sé que Godard, llevado precisamente por esa tendencia a refutar lo último que ha oído (aunque eso último lo acabe de decir él mismo), termina siempre poniendo en tela de juicio sus propias películas, también su último acierto o error… Un tipo realmente infatigable, siempre en combate. Gracias a su afán de diálogo, su producción tan discutida —para empezar, discutida a fondo por él mismo— ha ido convirtiéndose, con la ayuda de su peculiar adéndum, en una síntesis en miniatura de la gran confluencia de dudas que es la historia general de la creación artística.
Él encarna esa agónica síntesis, y yo desde luego prefiero sus descensos al abismo que la tendencia de algunas glorias patrias a subirse, cual doñas Perfectas, al primer pedestal sólido que encuentran.
“Pensar, crear, es un acto de resistencia” (Godard).
Su incansable apéndice de conversaciones, de teorías a mansalva y de entrevistas puede ser consultado, de la mano de Núria Aidelman y Gonzalo de Lucas, en Jean-Luc Godard. Pensar entre imágenes (Intermedio). Ayer mismo, ojeando el libro, vi claro que si bien no me gusta su cine, jamás podré olvidar el baile de Anna Karina en Bande à Part, la escena de la guerra y las postales en Les carabiniers, la portentosa desorientación de Brigitte Bardot en Le mepris…
No hace mucho traté de darle otra oportunidad al DVD de Le mepris, pero vi unas pocas escenas y me fui corriendo a dormir. Acabé soñando con Bardot desorientada por las calles erráticas de una intriga que no ha quedado nada anticuada… ¡Al contrario! La trama narra cómo Fritz Lang filma La odisea de Homero y cómo el productor Prokosch, que menosprecia sus filmes de autor, le pide a un escritor mediocre que reforme el guion...
¿No es exactamente lo que vemos todos los días? La industria y los productores hundiendo cualquier conato de gran arte.
“Es el fin, casi no se puede crear” (Godard).
—Usted parece muy despegado del mundo —le dijeron el otro día.
—¡Al contrario! ¡Al contrario! Me siento muy apegado a la vida. En relación a esto, el otro día Anne-Marie me dijo que si me sobrevivía haría escribir en mi tumba: “Al contrario...”.
lunes, 10 de marzo de 2014
Feriados
http://elpais.com/elpais/2014/03/04/opinion/1393929056_675442.html
Feriados
Leila Guerrero
Al principio me resultaba raro. Viajara cuando viajara a Bogotá, casi nunca pasaba una semana sin que hubiera un feriado y, cuando preguntaba a qué se debía, nadie tenía idea. Un feriado religioso, decía uno; se recuerda una batalla, decía el otro. Pero en Colombia los feriados son tantos que ya nadie sabe por qué el imperativo de no trabajar se instala un lunes cualquiera de, digamos, agosto. Ahora ya no me resulta raro, porque lo mismo empieza a suceder en la Argentina: en 2012, con 18 días festivos, fuimos el país con más feriados del mundo. Y en 2013, con 19, repetimos honor. Hay feriados por única vez, puentes, feriados recuperados (como estos días de Carnaval). Aunque muchos se quejan (los taxistas y los dueños de comercios de las ciudades grandes, que se vacían en esas fechas), las cifras del turismo interno son positivas, y es probable que, a futuro, los feriados se reproduzcan. Pensando en estas cosas me pregunté algo de una ingenuidad ramplona: si no sería más interesante propiciar que más gente tuviera empleos o ejerciera profesiones que le gustaran, antes que resignarnos a la evidencia de que la mayor parte de los trabajos son yugos deleznables de los que es necesario huir apenas se pueda. Y me pregunté qué mundo sería más justo —si un mundo con más feriados o un mundo en el que a más gente le gustara lo que hace—, y me pregunté por cuál de los dos mundos lucharía yo, y encontré respuestas inmediatas. Después recordé una frase de Roberto Arlt, escritor argentino que escribió, en una columna llamada La tristeza del sábado inglés, cuando se había conseguido el derecho a no trabajar el sábado en la tarde: “Y se experimenta el terror, el espantoso terror de pensar que a estas mismas horas en varios países las gentes se ven obligadas a no hacer nada, aunque tengan ganas de trabajar o de morirse”. Zonceras, supongo. Apuntes de un día feriado.
Feriados
Leila Guerrero
Al principio me resultaba raro. Viajara cuando viajara a Bogotá, casi nunca pasaba una semana sin que hubiera un feriado y, cuando preguntaba a qué se debía, nadie tenía idea. Un feriado religioso, decía uno; se recuerda una batalla, decía el otro. Pero en Colombia los feriados son tantos que ya nadie sabe por qué el imperativo de no trabajar se instala un lunes cualquiera de, digamos, agosto. Ahora ya no me resulta raro, porque lo mismo empieza a suceder en la Argentina: en 2012, con 18 días festivos, fuimos el país con más feriados del mundo. Y en 2013, con 19, repetimos honor. Hay feriados por única vez, puentes, feriados recuperados (como estos días de Carnaval). Aunque muchos se quejan (los taxistas y los dueños de comercios de las ciudades grandes, que se vacían en esas fechas), las cifras del turismo interno son positivas, y es probable que, a futuro, los feriados se reproduzcan. Pensando en estas cosas me pregunté algo de una ingenuidad ramplona: si no sería más interesante propiciar que más gente tuviera empleos o ejerciera profesiones que le gustaran, antes que resignarnos a la evidencia de que la mayor parte de los trabajos son yugos deleznables de los que es necesario huir apenas se pueda. Y me pregunté qué mundo sería más justo —si un mundo con más feriados o un mundo en el que a más gente le gustara lo que hace—, y me pregunté por cuál de los dos mundos lucharía yo, y encontré respuestas inmediatas. Después recordé una frase de Roberto Arlt, escritor argentino que escribió, en una columna llamada La tristeza del sábado inglés, cuando se había conseguido el derecho a no trabajar el sábado en la tarde: “Y se experimenta el terror, el espantoso terror de pensar que a estas mismas horas en varios países las gentes se ven obligadas a no hacer nada, aunque tengan ganas de trabajar o de morirse”. Zonceras, supongo. Apuntes de un día feriado.
domingo, 2 de marzo de 2014
Dejà vu
http://politica.elpais.com/politica/2014/02/24/actualidad/1393269286_031584.html
Dejà vu, Miguel Ángel Aguilar, EL PAÍS, 24-02-2014
En el Congreso de los Diputados, el ambiente de las grandes ocasiones lo marca primero la abundancia de escoltas y de chóferes y luego de periodistas, agrupados en diferentes corrillos. A las tribunas de Prensa suben solo los aficionados más clásicos, convencidos de la superioridad que desde allí alcanzan para dirigir de modo libérrimo su mirada hacia cualquier punto o escaño del hemiciclo, sin encadenamiento alguno a la señal institucional de televisión, de la que responde el realizador. Porque esa señal, pese al esfuerzo reconocido de neutralidad y a emitirse sin más señal de audio que la procedente de quien ocupe la presidencia y de quienes se van relevando en la tribuna de oradores, sin aditamento de comentario, indicación o traspunte alguno, ofrece de modo inevitable una determinada versión, por muy sin palabras que sea, resultante de la mera yuxtaposición sucesiva de los planos, enfoques y secuencias elegidos.
Como en las competiciones atléticas, en el Congreso se escuchará la sintonía equivalente a la advertencia de “jueces y cronometradores a sus puestos” y tras la lectura de la comunicación escueta del Gobierno su presidente, Mariano Rajoy, procederá a la lectura de los treinta folios preparados en casa. Será otra ocasión inaugural, un cántico a la negación de la evidencia que tenemos ante nuestros ojos. Un ejercicio como el de la piscina probática, donde los ciegos ven, los cojos andan y los leprosos quedan limpios.
Como el día que nació Abenamar se dejará otra vez constancia de las grandes señales que se presentan, con la mar en calma y la luna crecida. Además, se aportarán los ecos del Fondo Monetario, el Banco Central Europeo y la Comisión de Bruselas, es decir, de la troika en pleno, haciendo la ola al presidente Rajoy, en cuya oreja también cuchicheó alguna complacencia el mismísimo Barck Obama visitado en la Casa Blanca.
Todo compondrá el cuadro del dejà vu, como dicen los castizos. De modo que cualquier otra conversación que se intente será considerada perturbadora y contraria a los intereses generales, cuya definición se reserva en exclusiva Moncloa. Ni la crecida del independentismo, ni los conflictos territoriales, ni los muertos de Ceuta, ni la reforma de la ley del aborto, ni los nuevos yacimientos de corrupción, ni la privatización para mayor negocio del registro civil, ni la escasez y carestía del crédito, ni el desastre imposible del sector eléctrico, ni los casi seis millones de parados que sobrepasan la cifra recibida del gobierno anterior, ni la reconversión de radiotelevisión española en servicio doméstico del Gobierno, ni las elecciones al Parlamento Europeo, ni la reforma constitucional, nada alterará la impavidez del presidente. Para todas las carencias, pasados dos años y medio, sigue habiendo un solo responsable: el gobierno socialista de Zapatero. Cualquier crítica merecerá el consabido “y tú más”. La prensa del día siguiente le atribuirá victoria apabullante. Y si alguien critica la falta de proyecto la vicepresidenta para todo, Soraya Sáenz de Santamaría le dará su merecido.
Dejà vu, Miguel Ángel Aguilar, EL PAÍS, 24-02-2014
En el Congreso de los Diputados, el ambiente de las grandes ocasiones lo marca primero la abundancia de escoltas y de chóferes y luego de periodistas, agrupados en diferentes corrillos. A las tribunas de Prensa suben solo los aficionados más clásicos, convencidos de la superioridad que desde allí alcanzan para dirigir de modo libérrimo su mirada hacia cualquier punto o escaño del hemiciclo, sin encadenamiento alguno a la señal institucional de televisión, de la que responde el realizador. Porque esa señal, pese al esfuerzo reconocido de neutralidad y a emitirse sin más señal de audio que la procedente de quien ocupe la presidencia y de quienes se van relevando en la tribuna de oradores, sin aditamento de comentario, indicación o traspunte alguno, ofrece de modo inevitable una determinada versión, por muy sin palabras que sea, resultante de la mera yuxtaposición sucesiva de los planos, enfoques y secuencias elegidos.
Como en las competiciones atléticas, en el Congreso se escuchará la sintonía equivalente a la advertencia de “jueces y cronometradores a sus puestos” y tras la lectura de la comunicación escueta del Gobierno su presidente, Mariano Rajoy, procederá a la lectura de los treinta folios preparados en casa. Será otra ocasión inaugural, un cántico a la negación de la evidencia que tenemos ante nuestros ojos. Un ejercicio como el de la piscina probática, donde los ciegos ven, los cojos andan y los leprosos quedan limpios.
Como el día que nació Abenamar se dejará otra vez constancia de las grandes señales que se presentan, con la mar en calma y la luna crecida. Además, se aportarán los ecos del Fondo Monetario, el Banco Central Europeo y la Comisión de Bruselas, es decir, de la troika en pleno, haciendo la ola al presidente Rajoy, en cuya oreja también cuchicheó alguna complacencia el mismísimo Barck Obama visitado en la Casa Blanca.
Todo compondrá el cuadro del dejà vu, como dicen los castizos. De modo que cualquier otra conversación que se intente será considerada perturbadora y contraria a los intereses generales, cuya definición se reserva en exclusiva Moncloa. Ni la crecida del independentismo, ni los conflictos territoriales, ni los muertos de Ceuta, ni la reforma de la ley del aborto, ni los nuevos yacimientos de corrupción, ni la privatización para mayor negocio del registro civil, ni la escasez y carestía del crédito, ni el desastre imposible del sector eléctrico, ni los casi seis millones de parados que sobrepasan la cifra recibida del gobierno anterior, ni la reconversión de radiotelevisión española en servicio doméstico del Gobierno, ni las elecciones al Parlamento Europeo, ni la reforma constitucional, nada alterará la impavidez del presidente. Para todas las carencias, pasados dos años y medio, sigue habiendo un solo responsable: el gobierno socialista de Zapatero. Cualquier crítica merecerá el consabido “y tú más”. La prensa del día siguiente le atribuirá victoria apabullante. Y si alguien critica la falta de proyecto la vicepresidenta para todo, Soraya Sáenz de Santamaría le dará su merecido.
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